Lo primero fue volverme una enganchada de los vídeos porno online. Sí, como lo oís, antes de lanzarme a conocer gente nueva exclusivamente para acabar con ellos en la cama, acudí a lo fácil y empecé a consumir horas y horas de, preferiblemente, porno amateur. No sé, me hacía gracia ver a mujeres normales y corrientes como yo, que se plantaban delante de una cámara sin pudor ninguno, e imaginaba que yo también iba a ser capaz de hacerlo algún día, y que me convertía en una estrella porno xxx. ¿Lo imagináis?
Resulta patético confesarlo ahora después de pasado el tiempo, pero es que fue así tal y como os lo cuento. Y era una cosa extraña, por otra parte, porque durante mi matrimonio yo era consciente de que mi marido también visitaba webs pornográficas; no había que ser un lince, pues más de una vez le pillé una lista de galerías porno de fotos amateurs caseras en el historial de navegación de su portátil. Y ahora que lo pienso, nunca me sentí demasiado molesta, quizá ya entonces tendría que haberme fijado en que algo no funcionaba bien, o tal vez no.
Lo raro, como decía, es que me preguntaba cómo podía gustarle a él el mundo del porno online, cuando me tenía a mí en persona para disfrutar de todas las guarradas que se le ocurrieran. Sin embargo, cuando me tocó a mí, no me escandalicé ni nada de eso, y lo tomé muy bien; si me hubieran dicho que estaba enferma, hasta me habría molestado, porque no pensaba que estuviera haciendo nada malo. Supongo que en el caso de mi marido había resultado igual.
Aunque en realidad, si que había algo que estaba mal, aunque tardé un tiempo en saberlo. El problema es que llegó un momento en que no podía irme a la cama sin haber visto porno, y no podía levantarme de ella sin hacerlo otra vez por la mañana. Era un enganche parecido al café, y cuando por fin me di cuenta, me sorprendí de haber estado así dos meses, y que no hubiera notado el paso del tiempo. Comprendí entonces a todos aquellos a los que esto les provocaba una verdadera adicción al porno y que llegaban al punto de tener que ser tratados con terapia para superarlo. Recuerdo una vez que mi ex marido me habló de un amigo suyo que tuvo ese problema, y nada menos que con el porno gay, hasta el punto de tener dudas sobre su inclinación sexual, y que lo pasó muy mal.
Por suerte, lo mío no pasó a mayores, aunque para cambiar el chip tuve que empezar a salir más con mis amigas y realizar actividades fuera de casa, de tal forma que cuando llegaba la noche estuviera tan cansada que llegara a la cama reventada, y que al levantarme tuviera mil proyectos que hacer. Fue entonces cuando una de mis amigas me habló de una web de contactos y me animó a que me apuntara.
Yo no estaba muy segura, pensaba que allí sólo iban las desesperadas y las gordas xxx, buscando cacho cuando no eran capaces de encontrarlo fuera, y yo no me consideraba así; pensaba que era capaz de encontrar compañía masculina por mí misma. Pero al final me convencieron y acabé registrándome en una de esas páginas web, y ahora debo decir que fue una de las mejores decisiones que pude tomar en la vida.
De eso ya os hablaré otro día. Volviendo al tema de hoy, me gustaría decir que no hay nada malo en recurrir al porno online en ocasiones, o por cualquier otro medio, para evadirnos de problemas puntuales o usarlo como una terapia novedosa en nuestra vida. Pero como todo, hay que sabe usarlo con moderación, e intentar que siga siendo una diversión, y no que se convierta en un grave problema a la larga.